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Esta pieza mide 24.5 cm de alto por 16.5 cm de ancho
HUÉMAC
rey de Tula en la época de los toltecas, es un personaje casi novelesco en las referencias que, sobre él, dan las fuentes históricas. Aparece siempre ligado a la decadencia del imperio tolteca y una de las historias más conocidas, es la que a continuación relatamos, de Leyenda de los Soles, donde se incluye al cerro del Xicuco.
Se dice que un día Huémac jugó a la pelota con los tlaloques, ayudantes del dios Tláloc “el pulque de la tierra” (el agua), que estaban encargados de suministrar la lluvia para los cultivos y las plantas, rompiendo cántaros que contenían el elemento vital.
Se dice que el rey apostó con ellos sus piedras preciosas y plumas que quetzal, objetos que tenían un gran valor terrenal. Los tlaloques le ofrecieron lo mismo, en caso de ganarles.
Tras un intenso partido en el Juego de Pelota, el señor de los toltecas los derrotó.
Por lo cual los tlaloques le entregaron lo que ellos consideraban como piedras preciosas, que no eran otra cosa que mazorcas de maíz, y por plumas de quetzal, el verde follaje de los maizales y sus doradas espigas, que dan origen a los elotes.
Ávaro y ensoberbecido con el triunfo, Huémac no les aceptó el pago a los tlaloques, pidiéndoles físicas piedras preciosas y plumas de quetzal.
Los tlaloques se los entregaron y se llevaron la riqueza del sustento, que representaba el maíz y sus cañas, tupidas de hojas y espigas.
Los tlaloques decidieron dar una lección al rey Huémac y a los toltecas, que, como muchos pueblos del mundo, padecen las consecuencias de las malas decisiones de sus gobernantes, por despreciar el valor del alimento sobre los bienes terrenales, que otorgan mucho lujo, pero que no dan para comer.
Por lo que, durante cuatro años, mandaron heladas y granizo que levantaba hasta las rodillas, perdiéndose todos los frutos y cosechas.
Castigaron también con un intenso calor y una sequía que solo afectó a Tula, la capital del imperio. Se secaron todos los árboles, nopales y magueyes. Hasta las piedras se deshicieron a causa de la calamidad.
El coraje de los tlaloques culminó a los cuatro años, cuando ya los toltecas se morían de hambre. Repentinamente, debajo de un manantial en el cerro de Chapultepec, un tolteca encontró una espiga de maíz mascada, que se llevó a la boca con ansiedad.
A él se le apareció un tlaloque, a quien el hombre le suplicó lo mucho que necesitaban del alimento.El taloque le respondió que hablaría con su señor, el dios Tláloc, metiéndose en el agua y regresando en poco tiempo con una brazada de grandes y blancos elotes.Le dijo que se los entregará al rey Huémac y que le informara que los dioses solicitaban en sacrificio en Pantitlán, el corazón de Quetzalxotzin, la hija de Tozcuecuex.
Adelantándole además que sería el fin de los toltecas y el principio de los mexicanos (aztecas). El hombre fue inmediatamente con el rey Huémac, a quién le entregó los elotes y le contó las malas noticias que le auguró el tlaloque. El señor de los toltecas se afligió y lloró como un chiquillo, por su avaricia, soberbia y torpeza, que habían desencadenado el fin de Tula y su pueblo.
Despachó a dos de sus mensajeros al Cerro del Xicuco, para pedir a Quetzalxotzin, la doncella de los mexicanos, que era apenas una niña.Los mexicanos se pusieron de luto durante cuatro días y cumplieron con la petición, para acabar con la severa hambruna. Llevaron a la doncella a Pantitlán, donde la sacrificaron frente a su padre, Tozcuecuex.
A él se le aparecieron los tlaloques, diciéndole que no se sintiera triste, que mostrara su jícara, donde depositaron el corazón de la doncella y toda clase de alimentos, afirmándole que esto sería el sustento de los mexicanos, porque había llegado el fin de los toltecas.
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